Es una de las frases más temidas por al menos uno de los cónyuges de la pareja. Si no hay pareja, entonces no hay problema, porque quien la ha pronunciado ya está convencido (en la medida de lo posible) de ello. Y aunque es un poco farragoso mover muebles, poner cinta de carrocero y limpiar, pintar es un momento creativo y práctico que puede resultar muy satisfactorio.
Pero claro, hay mucho que decidir antes de ponerse manos a la obra. Empecemos por lo más simple: el material. Conviene que el rodillo y las brochas no sean las peores del mercado, pero tampoco hay que volverse loco comprando primeras marcas para algo que vamos a utilizar contadas veces en nuestra vida. Eso sí, son interesantes una brocha redonda y otra plana pequeña, para esquinas y rincones, así como dos rodillos de tamaños distintos.
Llega la hora de escoger el tipo de pintura que vamos a aplicar. Lo más normal es escoger temple o pintura al agua, que es permeable, porosa, mate y barata. Eso sí, no vale para exteriores ni para lugares con mucha humedad. En esos casos es más recomendable el esmalte o la pintura plástica. De nuevo, las más baratas tienen demasiada carga de agua, por lo que merece la pena comprar una pintura que cubra más.